domingo, 8 de noviembre de 2009

Objetos del silencio por Diego Ramírez


Las madres y el primer objeto del deseo
A partir de la escritura De Eugenia Prado Bassi

1.- Mi madre nos obliga al amor

Las madres tienen la culpa de todo. De lo que hacemos y de lo que dejamos de hacer. Las madres castradoras y fascinantes, las madres buenas y malas. Las madres que nos espían, las madres que nos ocultan / protegen, las madre que no dicen, las madres que escriben pero no dicen. Las madres como el primer objeto de deseo. La lucha edipica del cuerpo, que castiga y lastima, los hermanos, la madre omnipresente que escribe, el hijo menor: preferido y perverso, el cariño y la lástima, todas estas posibilidades maternas son parte de estos Objetos del silencio (Ed. Cuarto Propio), la quinta novela de Eugenia Prado, considerando la novela instalación Hembros, y dando una lectura a las coordenadas narrativas de sus propuestas: siempre fracturadas, fragmentarias, desarticulando voces, giros y cuerpos deshabitados por una propuesta política que evidencia en este ultimo trabajo los secretos sexuales de infancia, los cuerpos de niños, los primeros acercamientos, los primeros miedos, el primero deseo. “Mi madre nos obliga al amor”-, sentencia uno de los personajes centrales de esta novela, para luego mencionar literalmente: “Mi madre, ella es la culpable de todo”. Y es que no puedo pensar en otra lecturas mas que esa, una madre que aparece desde la dedicatoria en la primer página, una madre que esta presente en el habla de sus personajes, y mas aún, una madre que esta ausente y desde esa no vigilancia aparecen estas confesiones, estas historias de amor, estos roces, estos deseos desperados e iniciales que portan estos cuerpos infantiles como un registro permanente que se oculta de la mirada social y de la autoridad materna. Y la posibilidad de estas madres, presentes en esta novela son también madres de país, de autoridad pública y política, que ejercen la otra lectura: la moral, la derrota, y el miedo de un país que desconoce su cuerpo, sus muertos, su historia, sus deseos.

Esta novela escribe de lo que no se puede decir, y ese gesto es la propuesta rebelde de esta autora para contarnos esas bocas, esos quiebres, esos cortes, representados desde una estética apenas develada por sus protagonistas que tiemblan de amor y que tiemblan de deseo irreparable. Lo cuentan, lo confiesan, lo escriben, palabras y recados forman esta construcción corporal de lo que se enmudece por miedo a las madres de Chile. Pienso en esta figura, y pienso citar necesariamente a Patricio Marchant y su definición de la madre como una ideología, como una invención del hijo. Cito: “Precisamente porque el hombre como un ser abominable, sabe que no tiene madre, precisamente por eso, afirma que si la tiene. El hombre vigila la ausencia de la madre. Y si la madre es para el hombre como una casa, esa casa, en tanto vacía, es, entonces, tumba .”. Pienso también al leer esta novela en las madres del psicoanálisis, en la madre madre- productora, la madre amante y la madre - muerte. Y desde ahí, como este hombre huérfano busca sustitutos maternales a partir de estos objetos del silencio, pienso, en las nanas, los hermanos, las hermanas, los hijos, las hermanastras, el padre, las casas, los abuelos, el profesor, las criaturas de dios, los sacerdotes, el perro, entre otros, como esa posibilidad de emerger sobre la huérfandad.


2.- Mi historia de amor

A partir de la lectura de lector a la autora, no puedo dejar de mencionar la otra posibilidad de cariño. De cuando nos conocimos, de cuando leí esta novela por primera vez, no puedo pensar en los riesgos, en la enfermedad esta que nos lleva de la mano por bordes terribles y salvajes, no puedo dejar de pensar en ti, en tu boca rebelde, en tus ganas de decirlo, en tu furia por decirlo, en tu riesgo desbordado y exquisito que hace posible las musicalidad desperada y la poética fascinante de esta novela. Novela que es también poesía y que exige leerse como una prosa despatriada que busca y no busca considerarse desde el desafío de los padres, de los géneros literarios, de los abusos y los maltratos. Es cierto, que debo decir - aunque no sea necesario pero debo - es cierto, que nos conocimos queriéndonos, que no nos conocíamos y nos esperamos. Es cierto que quizás fue una lectura juntos, una misma textura presente, un bosque en el norte, un signo, una mirada, el peligro de sabernos cerca para siempre, románticamente, como hermanos que se tocan con furia en el pasillo de una casa semi vacía. Es cierto que nos defendimos, que nos inventamos barricadas, que fuimos resistencia, quizás fue la primera noche, quizás fue tu forma de mirarme, quizás fue la manera de bailar juntos, quizás fue lo poco que me sale el habla, lo afeminado, quizás fue el silencio, el objeto del silencio, es cierto que fue un riesgo desesperado, una histeria, una historia de amor, un roce crisálido agónico, un grito, un cuerpo, dos cuerpos, tu sonrisa, mi pelo, el frío, la separación, la nieve, te acuerdas de la nieve?, te acuerdas de la noche y de la nieve?, te acuerdas de la primera noche inmensa en que aparecieron estos nombres?, entonces en una cima de un departamento céntrico, mas cerquita del cielo que de los amantes nuevos, aparecieron todos: Benjamín, Ana, Lorena, Javier, José, entonces los hermanos, entonces mi grito de amor, entonces nuestras madres, entonces mi cariño, entonces mi cariño encima, entonces, hablamos. Yo no alcance a confesarme o quizás si, yo falte en la caricia y el frote, yo falte, pero en realidad era una forma de protegerse porque lo sabíamos todo, lo imaginabas todo, y la construcción política de esta novela, fue de alguna manera la relación con tu corazón salvaje, con tu posibilidad de escuchar, registrar, instalar: cuerpos, niños, adolescentes, furias, miedos, que no se podrían reconstruir sino fuera por el riesgo de tu boca y de tu letra.

De alguna manera estos aterradores objetos de mi cuerpo, de tu cuerpo, y del cuerpo de lector victima de su memoria, (de sus primeros roces debajo de la cama, en la ultima sala de la escuela, en el borde de la plaza publica, en la ultima fila del trafico, en la primera noche del microtráfico), todas esas posibilidades se abren, se contraen, en la lectura totalizadora de esta novela, de esta lectura final, que brota en partecitas y pequeños roces, para ruborizar lentamente la posibilidad de todos los lectores de ser niños, de ser nuevamente niños y tocarse lentamente en las zonas del riesgo, la fatalidad de asumir la clausura para estos secretos permanentes.

Estas páginas, esta novela, son la madre que somos todos, son nuestra autoridad, nuestros miedos, nuestros aterradores objetos, nuestros silencios. Y es la madre porque es el primer habla, es el gesto de alianza con lo femenino del recado, del boca en boca, del murmullo, de la confesión cómplice, y de la posibilidad de volvernos salvajemente maternales al iniciar el desdoblamiento de este texto.


3.- las historias y los nombres

Es cierto que estos cuerpos atrapados son liberados a partir de estos ejercicios de estilo que como confesionario epistolar retoman el dialogo desafiante en la primera parte de su construcción dramática:

Lorena cuenta detalladamente la escena, tiene que especificar los roces y el rito de esos cuerpos abusados por el deseo, para volver a gatillar ese roce inicial del abuso por el morbo y la fantasía masculina de la pareja testigo que quiere entender, escuchar, participar, y tocar, que quiere ser repetir el poder que aprisiona, y raspa. Benjamín, enfrenta su cuerpo de niño a la extraña 5 años mayor, pasa desde los vestidos y el primer travestisaje encerrados en la pieza a las primeras manos y frotes de esos hermanastros cruzando la insistencia y la manipulación. Adriana y la otra madre, las nanas, los cuidados, las ausencias, el cuerpo femenino representado sobre estos pechos maternales que hacían de madre pero no eran la madre, la boca incestuosa “nos quedamos totalmente solos y me dijo que fuéramos a su habitación”. Manuel anuncia que creció en tierra de hombres, hombres inclinados y confiesa haber sido inclinado por su padre. Esa inclinación, es el dejarse, el poseerse, la victimización como posibilidad de deseo, Manuel sentencia: “mi padre me enseño a sentir placer y me condeno al silencio”. Ana y sus descubrimientos en femenino, ana y su cuerpo como reflejo en la otra amiga, los sueños, las cercanías, las ganas de los nueve años, la envidia, los dientes, los frenillos, la separación y una declaración para volver al imaginario madre de la novela, cito: “Mi primer deseo tuvo que ver con tu madre”. Una erotización que enfrenta y pervierte todas las zonas de un cuerpo niña / mujer: “Tus pechos pequeños crecen distintos a los míos. Como un lactante, busco. Sueño con que sangras. Nos bañábamos. Nos tirábamos al agua. Reíamos durante horas. Éramos felices. Sueño contigo por las noches. Sueño con que somos hermanas, que te amo y que seremos inseparables. Celebramos ambas. Señoritas y desnudas”. Javier: el verano, el calor, el helado, lo rojo de sus labios, la camioneta y su conductor como imagen del deseo infantil homosexualizado, el “nunca hables con un desconocido”, la amarra de los pantalones, de nuevo la madre que no sabe y no pudo anudar bien esos pantalones, un “No serias mi copiloto” y los labios pintarrajeados. La Catita y la nana testigo que quiere moralizar el juego infantil “Chupándose el ombligo y subiéndose el vestido”. Carmen y el miedo al ser descubierta, el registro de la vergüenza, Bony, su perro, las lamidas y los juegos, el cariño furioso de su quiltro, - “Me siento repleta de su baba”- sentencia al final del relato. El José que no podía quedarse callado, porque era brutalmente ultrajado, maltratado por la prima mayor, como sujeto femenino victimario que desde el sótano transgrede las normas y la satisfacción del cuerpo de un niño. La impotencia. Las amarras. Laura: y el cuerpo ahogado de culpas. -“Naufragar en este desierto pensó”-, el sujeto femenino esta vez es victima desde niña al placer culpable de dejarse querer y desear por la brutalidad de lo masculino, cito: “Aprendo su crueldad y hacia tanto daño para ser tan chico”, pero ella se deja, y no importa el dolor, y no importa el pecado y no importa.


4.- Los hermanos

La segunda parte de la novela “Reminiscencias” (Engranajes, anclajes, residuos y partes) instala la historia de amor y de miedo de los hermanos. Historia de amor porque se sienten, se tocan, se crecen, se saben cerca, deseados, amantes. Historia de miedo, porque se esconden, porque les duele, porque le duele que le duela, porque tiene culpa, porque la madre espía, confía, observa, registra.

El hermano menor y la experiencia sexual con su hermano dos años mayor presentan un epistolario del deseo, donde construyen bellamente desde la palabra, ese incesto temprano, pero también el desafío político que esto enfrenta, porque en la búsqueda de amor del hermano mayor sobre el mas pequeño, esta también la aprobación materna, la cercanía con esa madre, que complace, prefiere y elige al niño menor, mas frágil, al niño pequeño afeminado y demasiado parecido a ella, y demasiado poco parecido a él: el padre. Aquí el padre y marido existe pero no existe, esta absolutamente ausente desde una presencia cercada por la inmensidad del control materno. La historia de amor es entonces, el pretexto y la furia que envuelve y arma esta estética diversa de voces y estilos, cito “ Que me haces que me siento que me muero. A mis nueve tu tenias once, eras de los hermanos el mayor”. El menor sabe seducir, sabe moverse, contraerse, arrastrarse hasta las zonas y los miedos del hermano mayor que no se resiste, que no se perdona, que no quiere volver a hablar: “Cuando huyes y niegas y te burlas en provecho del deseo tuyo, porque eres el mayor y tu poder es evidente”. Recorto fragmentos, frases, palabras y armo este recado familiar a escondidas, de ese amor bajo de la cama, en la ultima sala olvidada de la casa, cuando la mamá no esta está presente: “Te metes en mi cama y me tocas entero” “Y te alejas, y hasta lloras, me sabes lastimado”, “Te aferras”, “Te apegas a mi”, “Me suplicas”.

El hermano mayor, no quiere saberlo, no quiere y no puede. Él sabe que la madre esta conciente. El hermano mayor es lágrimas, culpa. Su corazón tiembla, actúan en silencio, ellos saben que los espía, ellos quieren quizás que los espíen para hacer menos terrible el pacto corporal que los hace irresistibles, el pacto corporal que surge desde el inicio maternal que los contiene y los hace cómplices. En la tercera parte “Desviaciones del galanteo” (Mapeos perversos, complacencias, complicidades) aparecen estas Criatura de dios, la omnipresencia maternal, la poética de las imágenes y sus desbordes “Suaves gimen. Lampiños corren”. “Su corazón por dentro. Mojar las carnes”. “Tengo miedo”. “Duele? Cuanto duele?” La violencia como romance, como sustitución de culpas y -“Te haría desaparecer”- Le confiesa el hermano desde la irresistible posibilidad de cariño. Esta seducción poética la instalan estos jóvenes / niños amantes que les crece el cuerpo y les crece el amor salvaje por estar juntos. En el Epilogo (Ideologías, justificaciones y faltas), la madre como resistencia a esta corporalidad incestuosas de la que es portadora y cómplice, afirma -“Habitamos la tradición y la clase”-. Aquí aparecen esos “niños míos”, ese misterio finamente guardado en estas paginas. Finalmente el “Apéndice”, sirve como conexión con otro lenguaje, con las palabras de los otros, con los niños que no son Ángeles, con los hábitos solitarios, el psicoanálisis, esos pequeños mounstros perversos polimorfos, con las parafilias como letanía poética, La filosofía en el tocador, las estadísticas, El delito. El abuso

La novela Objetos de Silencio opera sobre el gesto escritural como la inscripción de estos cuerpos castigados que desafían la condena de una mudez irreparable. La estética trabajada en este libro, esta inscrita desde el reclamo del cuerpo, ese cuerpo castigado y silenciado por la frontera perversa del lenguaje, que intenta develar lo que se esconde en el ultimo rincón de la casa, en el limite social, en los contratos legales, en las fracturas de una ciudad sobre vigilada y cercada. Sobre esa ciudad, esta la sobrevivencia, el lenguaje que sobrevive a estos cuerpos atrapados que se callan por el miedo que “crece en bocas adultas”.

La escritura de Eugenia Prado habla desde la imposibilidad de la palabra. La palabra cercada, todos estos secretos de infancia son una historia a penas revelada por la confesión, la letra, el epistolario familiar, por el desborde de la escritura. En contraposición a ese no decir, aparece esta revelación que nombra estos “pequeños cuerpos habitados por una lengua”, que se atreve a nombrar desde la multiplicidad de voces y sujetos que entrecruzan e intervienen el discurso de lo silenciado. Aquí aparece la denuncia y el arrojo de trazar esas declaraciones sobre los márgenes de la palabra y por sobre la clausura de estas bocas, rescatadas por la autora desde su propio registro y que operan como marca, como una cicatriz permanente del recuerdo, articulando un testimonio desde el amor y desde el miedo. Los “aterradores objetos” de esta novela, están inscritos desde el reclamo del cuerpo amordazado por la histeria del deseo. “¿Qué haces que me siento que me muero?” de ese amor (terrible) que debe habituarse al encierro. Los primeros deseos que crecen en ausencia de las madres, en ausencia de la autoridad que castiga. En este libro, todos son victimas y cómplices, todos están instalados como resistencia contra el horror de volver a enmudecer. La novelística arriesgada de Eugenia Prado, desafía todas las formas de genero al plasmarse en fragmentos de poesía, documentos, bibliografía, discursos; exigiéndonos una lectura desde esa desconstruccion, para poder dimensionar la significancía radical y la inscripción estética de esta propuesta.

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