martes, 30 de octubre de 2007

La Catita


tan pequeña con su pelo largo, rizado y su carita de ángel

Estaba tan nerviosa que ese día no me cundió nada, no podía dejar de darle vueltas y más vueltas al asunto, al final no hice ni una de las cosas de la casa, ni una papa había pelado, apenas un arroz para cocerle una vienesas encima y listo. Más encima tener que tocarle a ella dejar todo encerado ese día, y tan gastado que estaba el parket ahora que le ponían vitrificado y todo, ahí si que no había que hacer nada y a mí que me gustaba dejarlo bien brillante. Mientras refregaba el piso, no paraba de darle vueltas y me venía otra vez esa imagen de los dos y que me hacía sentir tan culpable. La señora llegaba como a las cuatro, sólo podía hacer dos cosas, contarle todo o mejor me quedaba callada. Lo otro era que yo misma me fuera a decirle a la abuela del chiquillo, y le decía que no lo iba a dejar entrar más a la casa y que me iba a poner bien firme. Si la niña estaba a mi cargo. Porque cualquier cosa que le pasara era yo la responsable. La Catita tenía seis años y era una niñita preciosa. Tenía su pelo largo, rizado y su carita de ángel. Mi patrona, era dentista y trabajaba en su consulta todo el día. Yo tenía que estar antes de las nueve y me iba después de las seis, y me quedaba con la niña desde que era guagüita. Cómo haberme descuidado tanto con la niña, cuando era mi trabajo, al final me habían contratado para eso y la patrona confiaba tanto en mí. ¿Y si mejor le preguntaba a la Catita qué otra cosa le había hecho el chiquillo? Pero cómo iba a hablarle de esas cosas si era tan chica, además, qué sabía ella lo que es bueno y lo que es malo. No, mejor le contaba todo a la señora no más, si era la mamá, ella sabía mejor qué hacer, además cómo iba a quedarme callada y si después la llevaba al médico y la examinaban a la niña. No. No me lo perdonaría nunca. Lo otro era hablarle a la Catita, y decirle que esas cosas no se hacen y que por esta vez no iba a decirle nada a su mamá… Pero que si la llegaba a pillar de nuevo, le decía no más y su mamá la iba a castigar quién sabe cómo. Frente a la casa vivía una niña jovencita y que tenía un mocoso como de cinco, claro que lo cuidaba más la abuela, porque ella se la pasaba saliendo. El chiquillo iba al colegio en la tarde así que tempranito llegaba todos los días a tocar el timbre. Yo le preguntaba si su mamá sabía y con su voz bien ronca decía que le habían dado permiso para venir a jugar. Se veían tan lindos los dos, tan chiquititos, y tan bien que se llevaban. Y justo pasarle a mi niña, y yo que siempre andaba pendiente, de qué me servía tanto hacer bien el aseo, si al final lo más importante era que la niña estuviera sanita. La dentista era joven, bien simpática, buena patrona. Los chiquillos me querían harto. Parece que el marido la había dejado por otra, pero ella nunca me había dicho nada. Vivía sola con sus tres niños y la Catita era su conchito. Como los otros dos eran más grandes, se la pasaban todo el día en el colegio. Vivían en un condominio en La Reina, una casa grande, linda, todo moderno, con jardines y juegos de esos de madera para los cabros chicos, pero mi Catita no era callejera, y como el viejito pascuero le había regalado su casita de muñecas, se iba a jugar al patio. Tan linda la casita con todas sus cosas, hasta tenía sus muebles chiquititos y tacitas, mesitas, todo. Me daba una pena con solo pensarlo. Mi niña. Seguro que había sido idea del chiquillo, con esa mamá tan loca que tenía. Porque mi niña era obediente, no molestaba en nada. Yo la bañaba, no todos los días eso sí, la vestía bien bonita, le peinaba sus rulos y se iba a jugar atrás, mientras yo hacía mis cosas bien tranquila. Pero ese día estaban tan calladitos que no se habían visto en toda la mañana, otras veces salían a jugar afuera. Me acerqué bien despacio asomándome por una ventana y los pillo justo. Me dio tanta impresión que nunca más en la vida se me va a olvidar la imagen. El chiquillo estaba muerto de la risa y ella la muy foronga se levantó el vestido mostrándole todos sus cuadros. Entonces el cabro chico viene y se los baja, y mi Catita lo ayuda y deja sus cuadros tirados y se vuelve a levantar el vestido y se queda toda peladita y el chiquillo la toma por la cintura y empieza a darle besos en la guatita y le chupa el ombligo. Y los dos muertos de la risa, y ella le decía que le daban cosquillas, hasta que la veo que empieza ella solita a bajar sus manitos para tocarse y él la sigue, y ahí sí que no aguanté más y abro la puerta de golpe. —¿Qué se creen que están haciendo? –les dije y tomé a la Catita y le puse sus cuadros bien puestos, y agarré al chiquillo y lo fui a dejar a su casa. Pero, lo que es la vida, cuando le conté a la patrona, casi me muero, saben que lo primero que hizo, fue lanzar una tremenda risotada, y me pedía que yo le contara más detalles y ella más se reía y ni siquiera retó a la niña.





domingo, 28 de octubre de 2007

Laura / fragmento



Casi no recuerdo pero era muy chica creo que tengo cuatro años y ya me siento mala y es por eso que vivo con miedo porque me habían dicho que cuando uno hacía cosas malas allá arriba había alguien que todo lo sabía y que todo lo veía y que de seguro me iría al infierno desde entonces vivo inquieta asaltada de presentimientos terribles a riesgo de algo muy feo y muy malo que cambiará mi vida de un momento a otro pero como también decían que hasta los siete seguiría siendo un angelito deseosa espero el momento en que me pondría mala para siempre y como ya sabía todo eso mis deseos no se calman con los arrullos de mi madre ni con los encuentros con otros niños en el colegio así fue como me atrevo en algo que crece en mí de un modo inmanejable y lo disfruto tanto porque ya sabía y lo supe desde antes de cumplir los cuatro que pronto vendría el infierno y ya no me importaba tanto y aunque los otros niños tienen sus amigos yo tengo algo que es sólo mío y que no compartiré con nadie es lo que aprendo de cuando vivíamos en una casa grande y que tenía un patio enorme y a mí me gustaba tanto jugar sola y ya ni me sentía tan mala porque al final uno se acostumbra a todo y hasta el miedo mismo me protegía porque “para los grandes” todos los demás eran una amenaza pero la mamá se preocupa mucho conmigo porque siempre quiero estar sola y porque ya no sabía cómo consolarse por el abandono que yo le manifestaba a los demás y a ella misma entonces se le ocurre una genial ocurrencia y se va a visitar a una vecina que vivía justo frente a nuestra casa y que tenía cabros chicos y le dice que lo único que yo tenía era timidez y que la mejor manera de que se me pasara era jugando con otros niños y la vecina que también era una mujer inteligente aprovechó de librarse de uno de sus tres chiquillos que sí era malo como un pequeño demonio y lo peor es que antes de concertar nuestra primera cita ellas lo sabían y aún así las dos madres nos obligaron a las juntas yo apenas vi al chiquillo sabía lo que nos iba a pasar entonces nos encerrábamos en el closet y cuando más nos gustaba encerrarnos era cuando su mamá no estaba y venía la nana y nos perseguía con la escoba —chiquillos inmundos —nos decía— salgan de ahí altiro que va a llegar la señora y los va a pillar a los dos —salgan de una vez antes que los moje con la tetera —y nos salía persiguiendo entonces yo me empezaba a reír y mucho mucho me reía porque estábamos obligados a juntarnos... CONTINUARÁ...